domingo, 10 de febrero de 2008

Ensayo sobre el libro “El Misterio de la Torre Eiffel”.

     Nunca he tenido la oportunidad de postrarme frente a uno de esos ordenes a los que ya por costumbre y fidelidad denominan clásicos, y que tanto se mencionan en la historia de la arquitectura antigua; ni mucho menos he vivido la experiencia de enfrentarme mano a mano ante esos monstruos forjados de hierro (llámense puentes colgantes; llámese torre Eiffel), vestigios de aquel tan importante movimiento que cambiaria de forma radical el rumbo de la esfera terrestre y que se conocería con el nombre de Revolución Industrial. Solo toca relegar mi imaginación a tan fantásticas “ideas” y sucumbir ante ellas, limitando a mi ya desgastado sentido de la vista, a disfrutar de ellas solo por medio de espejismos o imágenes cibernéticas, y en menor cantidad, de gozar de aquellas con esa comodidad y acercamiento a detalle que se puede lograr solo en las hojas bien lustradas de los libros, que al parecer, escasean, no sé si sea por ese tan desdeñado interés que la gente tiene por obtenerlos, o por el poco capital que se dispone para ello.

     El hecho es que, el hombre, desde el inicio de los tiempos creado por el Gran Arquitecto del Universo, ha evolucionado y subsistido de forma tal, que una vez habiendo vistas satisfechas sus necesidades principales (como lo era el cobijo y los alimentos) se enfocó también, y de manera no menos importante, en desarrollar técnicas que le ayudarían a resolver eficazmente los problemas que le suscitaban a su entorno. Me atrevo a decir, que incluso, es una inquietud innata del ser humano aquella de desprenderse del cordón y dejar rezagados a sus maternos similares, en su carrera frente a la vida, para sobresalir y plasmar en el mundo un legado que solo es posible por medio de la dedicación y el trabajo arduo.

     Más que terminar con el intento de introducción, me gustaría continuar con las siguientes líneas que enseguida os presentare. Son simplemente algunas de mis ideas tan banales e irrelevantes, (como las de cualquier otro ingenuo que tuviera nulo conocimiento hasta hoy del tema a tratar) con cierto grado de escepticismo, y por qué no, incluso con algunas salpicaduras de negatividad infantil, que me irían surgiendo al tiempo que asimilaba aquella lectura que hizo trasladar mi mente, en tiempo y espacio, hasta el mismísimo ombligo del mundo del siglo XIX: Le Belle París.
Es hora pues, de hablar de lo que en realidad atañe a nuestro pequeño ensayo, que es nada más y nada menos, que el “misterio de la torre Eiffel”. Un misterio que se llevó décadas en fraguar y que muy pocos tienen la dicha de descubrir el resultado final.

     Todo indica, al parecer, que esta grandiosa torre fue proyectada para la “Exposición Universal” que se llevaría a cabo en la ciudad de Paris en 1889 para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa. En 1851 fue precisamente el año en que surgen estas Exposiciones, y que junto con las Olimpiadas, representarían al menos, una “tregua” simbólica entre los países en conflicto, tanto político, económico y militar, y sólo para crear una impresión ficticia de apaciguamiento entre estos países empapados de nacionalismo. “Surgen como fruto de la revolución industrial, del crecimiento de las mercancías, de personas y de ideas, pero también del encrudecimiento de los nacionalismos y del saqueo de los países más pobres a manos de las grandes potencias”.

     La verdad, es que estos espacios no son más que la oportunidad de gritarle al mundo, quien es el país más rico del mundo; quien es el que mantiene la hegemonía en todos sus ámbitos. En pocas palabras, es una “exhibición de poder”. Son espacios en los cuales las demás naciones asisten con odios sordos e ingenuos al llamado hipócrita de la paz, sin resolver ciertamente sus diferencias.

     Así pues, esta colosal estructura de hierro, fue perpetrada y anclada sobre los Campos de Marte, rasgando con sus cimientos el corazón de aquel astro, que los romanos consideraban como dios de la guerra. Dotada de una figura inigualable, esta escultural belleza, estilizada con fierros; de muslos fuertes y cintura esbelta, es apenas comparable con aquella musa de carne y hueso, princesa del cancán, y seguramente considerada por terceros, benefactora de la humanidad, por derrochar fervientemente, (en cualquier oportunidad que se le presentara) su sincero y más dispuesto amor, sobre aquellas blancas sabanas que enseguida se confundían con su cálida piel: Téresse.

     Aquella especie de vertebrado metálico fue sometido a la aplicación de nuevos métodos constructivos jamás concebido por otras empresas y naciones. Sufrió el incansable esfuerzo de aquellos doscientos obreros de toscas, pero hábiles manos que irían enganchando, uniendo, y dando forma, fierro por fierro, a esta nueva especie, resistiendo de manera injusta las inclemencias del clima parisino. Con ensambles de una precisión de decimas de milímetro de las piezas fabricadas casi perfectas, fueron ascendiendo así, de manera lenta pero segura, la cantidad de un metro por día.

     Los 1800 peldaños que llevan a la última plataforma, son solo el preámbulo para rematar el asombro que produce estar suspendido a más de 300 metros del firme, lo que significa que es doblemente más alta que la pirámide de Keops, y mucho más ligera que cualquier otra construcción de magnificas dimensiones, llegando a pesar solo siete mil toneladas (menos que un barco de guerra). Pareciera que desde aquella altura podrías llegar a descubrir otros continentes, vislumbrar otros horizontes nunca antes imaginados por la civilización.

     Pero basta de tanta galantería. Podemos decir con todo esto que acabo de mencionar, que esta construcción puede ser considerada como una obra de arte? o siquiera, ser considerada como una obra arquitectónica? Recordemos un poco un concepto universal de la arquitectura según Vitrubius, el teórico de la arquitectura más influyente hasta nuestros tiempos. El reparaba que su concepto de arquitectura debía seguir tres simples principios: debía ser fuerte, solida; debía cumplir con una función arquitectónica, ser funcional; y por último, debía de cumplir con un carácter estético. Pero entonces, en base a estos principios, que podemos deducir de nuestra actual protagonista?

     Debo aclarar que en aquella época en la que se erigía dicho monumento, grandes pensadores, artistas, y arquitectos, lo calificaron como un elemento inútil e inservible. Como una burla para la arquitectura. Juzgaron de modo tal que sin más palabras, denominaron chatarra a aquel bonche de fierros.

     Fue entonces que se le dio utilidades militares estratégicas a aquel “sublime candelabro” (como lo llamaron aquellos intelectuales). Fue utilizado como centro de emisión y recepción telegráfica, que prestaría gran ayuda bien entrada la guerra, y que más tarde llegarían a ser profanadas, aquellas plataformas, en donde en un principio eran elegantes restaurantes, para ser convertidas en verdaderas trincheras, para combatir el fuego enemigo aéreo si hubiera algún indicio de ataque sobre la torre.

     Ahora que me pongo a pensar, debo admitir que no reconozco el motivo por el cual, en algún momento, llegue a pensar lo mismo que aquellos intelectuales que ahora, me atrevo a juzgar de mentalidad conservadora. Que insensato fui al argumentar que no servía para otra cosa, más que para enaltecer el nombre de aquel ingeniero, Gustave Eiffel, que compraría a los autores intelectuales de dicho proyecto (los ingenieros Koechlin y Nouguier ) para ser el único genio de este monstruo y que posteriormente como ya mencione, de aquellas superfluas acusaciones, pero que sin lugar a dudas alcanzaría la inmortalidad con dicha torre.

     Sin embargo, caigo también en cuenta, de que la torre Eiffel, se había construido originalmente para ser solamente admirada en aquella exposición universal de 1889. Más poca gente profundiza sobre el significado intrínseco que dicha construcción pudiera llegar a tener. Creo que el argumento más acertado conlleva a ratificar su significado como símbolo de grandeza y potencia mundial. Pero también promueve un gran valor al considerarla como una revolución en el arte de la construcción, una revolución en los sistemas constructivos, en la invención, estudio y aplicación de los nuevos materiales que no tardarían ser explotarlos y que constituirían la arquitectura del futuro. “Es la única construcción que se alza sobre la convicción en el avance del saber, en la confianza del triunfo de la civilización y en la consecución de la felicidad”.

     Así es pues, como concluyo, que esta grandiosa torre, descansa hoy día de los atentados contra su voluntad de permanecer siempre firme, como esos soldaditos de plomo, que en aquel tiempo, antes de la revolución conformaban las insurrecciones con hondo sentido comunista, y que no les importaba perder la vida por sus ideales. Ideales como el de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que sería el lema de dicha revolución y que consecuentemente desembocaría poco después una independencia tangible.

     La torre Eiffel es degustada día a día por las infinitas miradas de los turistas, sigue siendo, como lo fue en su época, motivo de gran admiración y no queda más que aceptarla como icono nacional sin dejar de ser ante los ojos de todos, una maravilla de la civilización.

     “La memoria de los pueblos conserva siempre lo más sorprendente, lo más espectacular, y no siempre aquello que de verdad ha servido para cambiar al mundo”.

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